El erotismo está en la aprobación de la vida hasta en la muerte.
George Bataille (1897-1962). Escritor francés.
La noción del cuerpo fragmentado ha adquirido matices interesantes en la actualidad. Más allá de una metáfora, el cuerpo particionado está presente en la cotidianeidad del México sangriento. El suplicio chino inspirador para Bataille o las historias de los exploradores acerca de la obtención del Tsantsa por parte de los indios Jíbaros están inscritos en el anecdotario, cuando imaginar el cuerpo humano (re)partido era inimaginable. Las prácticas actuales de vendettas del crimen organizado tienen como sello de su quehacer el reacomodo de lo humano a su nivel ínfimo, la carne. Actividad común para este intento de economía contemporánea, la búsqueda de territorios, de zonas de cruces, también arroja una búsqueda de nuevos tormentos, y con ello, nuevos mensajes. En la red se pueden encontrar imágenes de cuerpos convertidos a carne, platillos perversos, donde el ojo no es la golosina caníbal, a la manera de Bataille. La golosina está en el acto, en la desmembración. En los años 20´s, Historia del Ojo (Bataille, George, Historia del Ojo, Tusquets Editores, México, D.F. 2006) es parida con dolor y placer. Producto de una visión que corta el globo ocular como la navaja en Un perro andaluz, la imagen de lo humano trastocado empieza un recorrido perverso que penetra en los intersticios y que va a anudarse en los múltiples pliegues de lo erótico. Así, pues, ¿qué erótica se encuentra velada en la práctica actual de la fragmentación corpórea? Manos, cabezas, miembros despojados de su unidad, son puestos a circulación, primero por los mismos ejecutores, después por los medios de comunicación ¿Qué importa que pongan recuadros censuradores al cuerpo mutilado?, esos recuadros ayudan a mostrar lo que intentan ocultar, lo que quiere velar el recuadro queda más claro: algo de ahí no debe mostrarse y ahí, en el intento de velación, en ese espacio, se encuentra el debate.
¿Cuándo una imagen perversamente inspiradora se convirtió en monótona? Verdad es que la impronta de la mutilación orada a cada uno en su propia novela, pero ¿qué se espera cuando uno de nuestros conceptos más sólidos, la unidad corpórea, es puesto a prueba en el quehacer diario? La indiferencia al mirar, que nos habla de un nuevo lazo social, no coincide con el incremento de la práctica mutilatoria. Existe en ese acto
un gusto primitivo que se disfraza de mensaje político, pero reducirlo a ello es un error que hará virar la mira analítica. El desmembramiento, la decapitación, la mutilación, el ocupar los dedos cortados como metáfora de carné de identidad, habla de una posición atípica con respecto al cuerpo. Lo humano se reduce a lo puramente biológico, ya no son brazos, es carne, ya no son piernas, es carne, ya no es la cabeza, es carne, carne sin historia, sin lazos ni sujeciones, pero que da lugar a una curiosa actividad lúdica. Una erótica del martirio se despliega aquí, la cual como sociedad nos resulta indiferente: ni excitante ni repulsiva, sin opinión, sin voto. No nos lleva a producir, no nos lleva a increpar. Nos sienta en la butaca de un cine exhibiendo una película gore que tiene como condición de entrada el dejar afuera las pasiones. Aquellos humores que nos hacen tomar una posición están excluidos de la función. Ser espectadores indiferentes de esta erótica no posibilita, no abre brechas, no es creadora. Sin pasiones no creamos, sin creación no existe avance. Una sociedad inertis es una sociedad muerta.
Alejandro Ahumada
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