Contrafirma y muerte son una con otra. La contrafirma porta la muerte como posibilidad anunciada que al estamparse me niega como repetición de mi firma, respondiendo a la promesa gestionada que intenta asegurar lo escrito como mío y no de otro. Salva lo que mi nombre es incapaz de hacer, poniendo a la muerte en su lugar. Anuncia y asegura mi ausencia, no como el nombre propio, memoria anticipada de mi desaparición. Siendo cumplimiento de muerte y ausencia, la contrafirma juega con la presencia y la muerte transgrediendo la temporalidad, haciéndola lugar inevitable para la escritura.
¿Quién aquí firma cuando lo que reconocemos son nombres propios? ¿Cuál es la promesa que circula en la escritura que se asegura como enunciaciones donadas? ¿Dónde es que la muerte ha dejado de ser solamente anunciada en cada uno de los textos que conforman esta edición? ¿Es éste un ejercicio de contrafirma? Quizá sólo jugamos con nombres propios.
La muerte circula en la escritura y la lectura, en el autor y el lector, es ya por si muerte en tanto anuncia la ausencia del autor en presencia del lector, que a su vez muere cuando el autor escribe en ausencia del lector, incluso cuando éste aún no lo es. De ahí que la contrafirma no es la repetición de mi firma, porque esta es sujeta a falseamiento y falsificación. Ilusión y deseo vano sostenerse en que el nombre propio se repite en la firma. Ésta ya ha puesto en duda mi presencia sin que nada garantice un cumplimiento más que la contrafirma del lector, ese que afirma mi muerte. ¡Escritura que me das la muerte desde que naces de la inspiración! Aún si el texto no tiene remitente, si se extravía mientras muero. No por demás está exenta de aberración y locura la carta del suicida que escribe “estoy muerto” instantes antes de su acto… el lector lo asegura en contrafirma, aún si se ha salvado milagrosamente.
El psicoanálisis termina donde la escritura empieza en un goce extasiado con la muerte comprometida en la íntima complicidad de autor y lector. Goce exaltado desde la presencia de ausencias mutuas y de firmas y contrafirmas cruzadas, hace de la hospitalidad que se otorgan la posibilidad de la promesa ya desprendida del logocentrismo fundante de la fuerza del nombre propio.
La escritura se dona, se obsequia, irrumpe la casuística antropológica de los salvajes que demandan lectores de textos sin firma, indicados con nombres propios sobrevivientes y afanados de presencia y por la lógica del dar/recibir. Donar la muerte que el texto porta no reclama más de lo que en alteridad circula mientras la contrafirma del lector anónimo realiza la metáfora anunciada. Porque igual, la lectura es un don sometido a la alteridad de la escritura y a la hospitalidad del autor que dona la muerte. La propia y la del otro.
Sin duda paradójica, la imposibilidad de firmar este texto, parece resaltar mi nombre propio. La tekné se venga, tarde que temprano, de la usurpación de su originalidad y anticipación al pensamiento y prepara una celada para que yo caiga en la trampa de creerme vivo en quien me lee. Mas no así, claro de tal diferimiento, estampo mi nombre.
René Montero
2 comentarios:
No entendí absolutamente nada, ¿será porque soy idiota? No creo, el texto no es claro.
Estimado "Anónimo", agradecemos la atenta lectura que realizas a nuestro proyecto editorial. Ponemos a tu consideración (y la de nuestros lectores, que afortunadamente son muchos) la edición de Noviembre.
Contrafirma
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