jueves, 2 de diciembre de 2010

La "O" por lo redonda

Se puede enseñar lo que no se sabe? Cuando uno hace esta pregunta la respuesta casi inmediata es “no”. Son pocos quienes se detienen a reflexionar un poco en el asunto, que buscan algún ejemplo para mostrar la posibilidad de enseñar algo que uno mismo no domina o definitivamente ignora. La idea según la cuál el conocimiento se transmite desde una persona que lo posee hasta otra que lo recibe es dominante en nuestra sociedad, a pesar que desde hace varias décadas se pregona: el conocimiento se re-crea en cada estudiante y el profesor es “solamente” un facilitador, un promotor o coordinador de la actividad académica. En los hechos el discurso constructivista se ha quedado en eso: en discurso. 
Esta concepción de la educación como transmisión de conocimientos ocurre tanto en aquellos cuya profesión es enseñar como en los supuestos destinatarios de dicha enseñanza. Por ello se considera que si los estudiantes no aprenden es porque el maestro no les transmitió los conocimientos, no les explicó bien. El papel del estudiante se muestra entonces pasivo, receptivo.
No obstante, la idea de un maestro capaz de ignorar aquello que enseña y ser de todas maneras –y precisamente por ello– un buen  maestro no es nueva. En 1818 un profesor de nombre Joseph Jacotot fundó el método emancipador de enseñanza universal cuando impartió un curso de literatura francesa a estudiantes de la Universidad de Lovaina quienes sólo hablaban holandés mientras que él sólo hablaba francés. Con ello, Jacotot descubrió para sí mismo que la enseñanza no estriba en la explicación sino en la voluntad de aprender. 
Su método se basa en tres premisas: 1) todos los hombres tienen igual inteligencia; 2) cada hombre es capaz de instruir; 3) todo está en todo. 
Con base en el tercer principio, su estrategia era dar a un estudiante un objeto del cual tuviera alguna referencia previa y que posibilitara su análisis. Por ejemplo, una plegaria. Cualquier estudiante conocería el Padre Nuestro. Más aún, cualquier padre analfabeta conoce dicha oración. De tal manera que por repetición, imitación, comparación, el estudiante puede mostrar al padre las palabras, la forma de las letras, la gramática, la semántica y, finalmente, la cultura misma. 
El trabajo del padre es entonces alentar al hijo para encontrar las relaciones entre los estímulos plasmados en la oración impresa. Cualquier padre puede enseñar, no por el efecto de transmitir un conocimiento, sino por la exigencia de prestar atención a un objeto de estudio, por la solicitud de una explicación descubierta. Este es el sentido del segundo principio del método de emancipación intelectual: cada hombre es capaz de instruir, lo cual,  a su vez da sentido al primer principio  en el cual plantea que todos los hombres tienen igual inteligencia, pero se diferencian en su voluntad para usarla. 
En el ejemplo citado, podemos encontrar que cualquier muchacho puede descubrir la primera palabra de la oración impresa: Padre. No pude ser otra. No necesita que alguien se lo informe, sino que alguien se lo pregunte. Que alguien le pida encontrar las relaciones entre los elementos, en este caso, entre los caracteres plasmados sobre el papel. 
Desgraciadamente el método no ha proliferado, por lo menos no en las escuelas, lo cual no es casual. La institución escolar se ha encargado de convencer a los estudiantes –y a la sociedad en general– que para que haya aprendizaje debe haber un maestro a quien  subordinarse, sin el cual nadie puede aprender. Un maestro quien debe saberlo todo.  “Bueno, nadie puede saberlo todo”, dirán los maestros, sólo para agregar casi inmediatamente: “pero por lo menos hay que saber más que el alumno”. 
Es en esta lógica subordinante que la escuela promete el conocimiento, pero impone como requisito la aceptación de la propia incapacidad intelectual, de la necesidad de ayuda por parte de un conocedor. Si quieres aprender debes hacer lo que el profesor te indique, no otra cosa ni de otra manera. Un día, por ejemplo en la graduación de la escuela primaria, escucharás el discurso del  maestro o de otro compañero que te dirá: “Hoy termina una etapa en la que hemos superado muchas dificultades, pero el camino continúa…”. En otras palabras, ya no eres el ignorante estudiante de la primaria. Ya has superado esa fase. Ahora eres el ignorante de la escuela secundaria, que superarás al subordinarte a otros maestros, en un ciclo que se repite constantemente hasta el pos-pos-pos-doctorado.
¿Qué otra opción te queda frente a este sistema que venera la explicación magisterial y termina por esclavizar tanto al maestro como al alumno? Desertar. Reconocer que no eres inteligente, que el conocimiento es para espíritus superiores y que tu lugar está entre los ignorantes, entre los nacidos para obedecer. Esta es la trampa. Una trampa que justifica la desigualdad social en la diferencia de las capacidades humanas. 
Es en esta aceptación de la desigualdad, de la diferencia de capacidades, de inteligencias, de “dones” naturales y congénitos, que muchos padres de familia, analfabetos a los que he tenido la oportunidad de entrevistar en torno a sus estudios y a las expectativas que tienen sobre la escolaridad de sus hijos explican: “yo nunca fui bueno para la escuela. Nunca pude aprender ni la O por lo redonda”. 
Con ello niegan lo que para Jacotot habría sido el principio de un gran aprendizaje: descubrir que saben lo que es redondo y que esa forma se usa para representar una letra. Lo demás hubiera sido solamente continuar por ese camino.

Miguel Angel Escalante, Docente y Dr. en Linguística

2 comentarios:

Alberto Moscoso dijo...

Me encanta leer el contrafirma, pero la edicion de noviembre no llego a la Ujat Dacs, asi que no pude leer completo el mes de noviembre, hay forma de conseguirlo aun?

Anónimo dijo...

Alberto, gracias por interesarte en esta apuesta cultural. El martes, miercoles y jueves, se repartirán en la UJAT, DACS, ejemplares de Noviembre y la edición de Diciembre. Si no te llegan al salón de clases puedes obtenerlos en la Coordinación de Psicología.

Saludos. Contrafirma.