viernes, 28 de enero de 2011

Cuando nació, apareció el lobo...

Cuando nació, apareció el lobo. Domingo al mediodía, luz brillante, y la madre vio a través de los vidrios, el hocico picudo, y en la pelambre, las espinas de escarcha, y clamoreó; más, le dieron una pócima que la adormecía alegremente.  

El lobo asistió al bautismo y a la comunión; el bautismo, con faldones; la comunión con vestido rosa. El lobo no se veía, solo asomaban sus orejas puntiagudas entre las cosas.  

La persiguió a la escuela, oculto por rosales y repollos; la espiaba en las fiestas de exámenes, cuando ella tembló un poco.  

Divisó al primer novio, y al segundo, y al tercero, que sólo la miraron tras  la  reja. Ella  con el organdí ilusorio, que usaban entonces las niñas de jardines. Y las perlas, en la cabeza, en el escote, en el ruedo, perlas pesadas y esplendorosas (era lo único que  sostenía el  vestido). Al moverse, perdía algunas de esas perlas. Pero los novios desaparecieron sin que nadie supiese por qué.  

Las  amigas se casaban; unas tras otras, fue a grandes fiestas; asistió al nacimiento de los hijos de cada una.  

Y los años pasaron y volaron, y ella en su extrañeza. Un día se volvió y dijo a alguien: -Es  el  lobo. Aunque en verdad ella nunca había visto un lobo.  

Hasta que llegó una noche extraordinaria, por las camelias y las estrellas. Llegó una  noche extraordinaria.  

Detrás de la reja apareció el lobo; pero apareció como novio, como un hombre habló en voz baja y convincente. Le dijo: -Ven. Ella obedeció; se le cayó una perla. Salió. Él dijo: -¿Acá? Pero, atravesaron camelias  y rosales, todo negro por la oscuridad, hasta  un hueco que parecía cavado especialmente. Ella se arrodilló; él se arrodilló. Estiró su  grande lengua y la lamió. Le dijo: -¿Cómo quieres?  

Ella no respondía. Era una reina. Sólo la sonrisa leve que había visto a las amigas en las bodas.  

Él le sacó una mano, y la otra mano, un  pie, el  otro pie, la contempló un instante así. Luego le sacó la cabeza; los ojos (puso uno a cada lado); le sacó las costillas y todo.  

Pero, por sobre todo, devoró la sangre, con rapidez, maestría y gran virilidad.

Marosa Di Giorgio 
(1932-2004)


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