Ese extravío de uno mismo por la causa no es nada voluntario
Margaritte Duras
Cuando una persona que forma parte de tu vida se va inesperadamente de ese capítulo que compartían, la vida da un vuelco como trompo chillador. No es que la vida pierda el sentido, más bien se pierde un sentido que es irrecuperable, cada relación se llena de una diversidad singular. Singularidad que jamás se podrá compartir con alguien más.
Cada relación es como un pilar que sostiene nuestra subjetividad. De ahí la importancia que la caracteriza. Ese pilar no podrá ser derribado ni aún con la partida, pues esa partida se produce sólo en la no presencia de una de las personas que conforman el pilar. Su ausencia, por fortuna, no se da en el imaginario, y mucho menos en el recuerdo, las líneas que escribieron el capítulo no se borran.
El recuerdo es un recurso poderoso para seguir produciendo. Las imágenes insertas en esa escena, en la creación de esa columna, de sus detalles, de sus acabados postulan un horizonte inigualable. También enmarca sentimientos que seguirán presentes en cada encuentro con el pasado, deviene como desesperación o soledad.
Los capítulos que le siguen contienen vacios, vacios que se producen entre las letras, letras no menos importantes pero incapaces de reproducir lo que en la vivencia quedó situado sobre la historia.
Un capítulo, salvo el primero, no se escribe sin uno que lo antecede, el anterior marca lo que sigue por escribir, pero lo que se escribe es indiscutiblemente, a mi parecer, nuevo. De ese acontecer surge algo maravilloso, la creación de nuevos destinos que encumbran otros bosques por conquistar. En esa nueva conquista te lanzas sin querer -y deseando así-a la búsqueda de esa grieta que jamás será resanada, fantasma que lo inaugura, soledad que lo acompaña. Sentimiento de soledad en el que te encuentras. Ausencia que te conquista.
Miras a tu alrededor buscando palabras que puedan describir la ausencia. Ausencia que te acosa. ¿Cómo describirla? No hay palabras, no hay textos que puedan nombrar claramente un sentimiento que te arrebata, que te enajena y que como un trampolín te lleva irremediablemente al encuentro de un vacío., vacío que no es ausencia.
Cuando uno siente la ausencia se produce esa presencia que da cuenta de un vacío por la falta de eso que se añora. Sólo con esa ausencia se puede articular una palabra que pretende llenar lo que falta. Entonces, uno se encuentra en la necesidad de continuar con la búsqueda interminable de satisfacer eso que nos aqueja sin atinar al objeto que satisfaga nuestro deseo. Esa presencia ausente proveerá de nuevas búsquedas, búsqueda que nos llevarán a un fracaso para poder continuar deseando.
Miriam Fuentes
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