lunes, 27 de septiembre de 2010

(sin título)

No lo puedo creer, he sido despojado del cetro de máxima autoridad doméstica. Todo comenzó unos días atrás: me encontraba sumido en un estado de semi-inconsciencia frente al televisor, canal tras canal desfilo en un parpadeo, una inusual inestabilidad en el volumen y para rematar  el aparato me abandonó, se apagó. Sobresaltado, como si de una máquina de respiración artificial se tratase, sólo que en este caso, en lugar de dar paso a un apacible final, desperté de la muerte idiota. Con pensamientos funestos, -ya se chispó esta maquinita, no la he terminado de pagar, la garantía ni siquiera pasé a sellarla. Era tal mi desconcierto que en absoluto noté que el despojo había sido consumado. Ahora que lo pienso fui victima de un típico tratamiento de Shock, mientras que me encontraba sumido en el más profundo desconcierto producido por la perdida del equilibrio económico e incluso  emocional, al verme aislado de mi dosis diaria y vital de aislación intelectual, se cerraba la pinza y era, como ya lo dije, y usted querido lector seguramente a anticipado, privado del acceso al control remoto del televisor.
Mi hijo, un niño muy de su época, se apropió de mi autoridad para acto increíble: modificar el valor simbólico y reducirlo a micrófono improvisado. Su tiranía me plantó ahí algo así como cinco minutos reducido a masa, cuyas únicas opciones son aplaudir o pasar a cantar.
Una vez recuperado del susto y terminado el recital, pensé en lo sorprendente que es cómo un mismo objeto no sólo adquiere funciones mecánicas distintas de acuerdo al usuario sino simbólicas si bien ambos casos mi cetro como su micrófono terminan siendo objetos de los cuales emana poder, el primero embota en la más impune pasividad, mientras que el segundo, por el contrario irrumpe con las más radicales tomas de posición respecto a la propia existencia.
El cambio mecánico es probablemente el más complicado de constatar. Para poder entenderlo se tendría que aclarar que un cambio mecánico no implica un cambio físico. En el caso del hijo cantaor, la forma de agarrar las cosas convierte una herramienta para controlar las funciones de la televisión y cambia al ser tomada como una herramienta, en este caso, para remarcar el canto. Un ejemplo probablemente más cercano a nuestra vida es la bendición visual que representa un par de tacones en unas largas piernas, que intempestivamente ante la mal interpretación de un piropo, se pueden empuñar como arma obligando a cualquiera a pasar del disfrute visual a la huida.
En efecto el supuesto cambio es más bien perceptual, depende de cómo veas el objeto ya sea el control, ya sean los tacones, o los piropos. Pero estos cambios son fundamentales y se encuentran profundamente inmiscuidos en el desarrollo de tecnologías, formas de administración y políticas. Cuando como niños tomamos ideas de aquí y las aplicamos en funciones que no les corresponden lo que hacemos es establecer relaciones novedosas que fundan una forma de existencia distinta de los objetos, las técnicas o las estrategias. Esta relación es pues una idea en términos bastante corporativos. En esa idea se basa por ejemplo la consigna que reza: los conflictos no son malos por el contario son oportunidades. Lo cual en la práctica ya no es tan abstracto ni volado como suena. Es más, es el grito de guerra que la mayoría de nosotros asalariados conocemos y antecede a la tormenta. Después viene la paranoia de los procesos de certificación, el reajuste de los reglamentos y las reestructuraciones infamemente famosas hoy por hoy.
Las ideas tienen un peso que de alguna manera las personas de a pie, atrapadas en el día a día, en la trama televisiva y en llegar a la quincena ante que el hambre, nos resultan risibles y como buenos adultos pues no estamos para jueguitos. Estos jueguitos imaginativos valen e implican formas de producción de relaciones que, quien quit,e sean más justas que el amiguismo, el tráfico de influencias o del estado policial que nos cuida en las calles pero que no ve por nuestros intereses. No lo sé, la imaginación no tiene límites, lo que no quiere decir que lo pueda todo, sólo que es impredecible.

Alejandro Espinoza

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