viernes, 28 de enero de 2011

Estética de lo ominoso

“Haber deseado y ver el sexo masculino flácido conllevan siempre un éxtasis extraño: >una diferencia horaria con el paleolítico<. El deseo y el temor provienen del mismo tronco. Tiene miedo. Está lleno de angustia. Se mantiene como una estatua. El placer, como la muerte, “fascinan” a su presa de la misma forma petrificante”.
Pascal Quignard, El sexo y el espanto


Freud se ocupa de un componente de lo estético poco abordado: lo ominoso. Mientras que la filosofía y los tratados sobre la estética se ocupan preferentemente de lo bello y lo atractivo a las miradas y los entendimientos, se deja de lado el tema de lo repulsivo. La definición propuesta por Freud ayuda a simplificar las cosas. Es la siguiente: lo ominoso es una variedad familiar de lo terrorífico. Ahí donde lo conocido y familiar (heimlich) deviene desconocido y extraño tenemos el principio de lo ominoso.  Si pensamos en la fotografía de Arbus y miramos esas imágenes de la realidad cotidiana tenemos ese principio actuante de lo ominoso. Lo social cotidiano, sabido y conocido, viene a presentarse como un ruido que  hace desconocernos en la familiaridad que deja de ser. La palabra inglesa predilecta para referirse a lo ominoso es uncanny. Es lo que sucede con todos los niños o personas con alguna deformidad, síndrome o tara que hace aparecer todo aquello que conocemos como familiar y conocido, justamente como siniestro. La parte familiar, el heimlig de lo humano de esas fotografías generan esa ominosa presencia de aquello que se convierte en poco familiar, horrendo. Pero además de la parte conciente de esta extrañeza de los rasgos humanos mostrados, como aberrantes y repulsivos tenemos el componente sexual. Ellos también son seres sexuados. Las fotos difíciles de Joel Peter Witkin, nos muestran eso, los individuos “aberrantes” también tienen un sexo.  Desde esa perspectiva la familiaridad representada por algunas imágenes tienden a cerrar la brecha entre lo ominoso, lo excluido de la mirada y lo familiar.

Lo siniestro de la estética de Witkin es sexual, al menos en una parte de sus fotografías. El sexo rompe con la bella familiaridad estética del hogar y la sosegada satisfacción de lo íntimo.

El sexo no es hospitalario y en su violencia contenida no hay calidez. El encendido erotismo que busca precipitarse por el borde del orgasmo no es sosegado. Aquellas imágenes destinadas a permanecer ocultas por tratarse de la privacidad y la decencia estética, son ahora expuestas de diversa forma por los artistas contemporáneos y fotógrafos como Witkin. 
En el ejemplo literario utilizado por Freud, el “hombre de arena” de la narrativa de Hoffmann, que arranca los ojos a los niños, trae ante nosotros el tema de la angustia, lo ominoso dentro de lo angustioso, relacionada con la castración, ese concepto difícil e incomprendido por la mayoría de los lectores de Freud. Justamente los ojos de la mirada ante las escenas posibles y las representables, ¿hasta donde llegarán los artistas plásticos, los fotógrafos?  La estética de la castración es evocada por Freud en la imagen de la medusa que representa en la cadena inconsciente de representaciones, los genitales femeninos.

Witkin también recrea ciertas representaciones inconscientes de andróginos cuya fascinación oscila con lo demoníaco. Esos andróginos de diversa naturaleza se escenifican ante la mirada capturada de los espectadores, entre fascinantes y repulsivas.  Imágenes liberadas de la mirada del padre castrador. Un retorno de lo reprimido. A ellos no les falta nada tienen ambos sexos. Estamos ante una modalidad de lo ominoso de la fantasía, en este caso el de la creación fotográfica, a la que podemos oponer las palabras de Freud cuando se refiere a la realidad de la creación literaria. Lo ominoso de la realidad supera lo unheimlich de la fantasía.

Edwin Sánchez, 
psicoanalista y catedrático

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