lunes, 27 de septiembre de 2010

Niños que se arrojan contra los vidrios

Cuando se aborda el metro en la Ciudad de México es muy frecuente encontrar niños pidiendo monedas mientras su hermana mayor (de no más de 12 años) toca el acordeón, niños vendiendo paletas, niñas conduciendo ancianos ciegos que cantan “la guadalupana” mientras solicitaban “una caridad por amor de Dios”. Y quizá lo más impresionante: chicos sin camisa, con la espalda y los brazos llenos de cicatrices, que arrojan una sabana llena de vidrios al suelo del vagón y se anuncian: “buenas tardes señores pasajeros, en vez de asaltarles, secuestrarles o hacerles algún daño, venimos solicitando su apoyo y por eso preferimos lastimar nuestros cuerpos, para pedir una monedita”; acto seguido, uno de ellos se arroja de espaldas contra los vidrios, se azota con fuerza, repite esto dos o tres veces. En suma, niños sin presente, sin futuro, a merced de todos los abusos.
Las acciones con que las Iglesias, políticos y grupos conservadores atacan los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, los jóvenes, la diversidad sexual y todo aquello que según ellos “atenta contra la vida” son incompatibles con la vida y la dignidad humana que ellos mismos dicen defender. Basta abrir los ojos a lo cotidiano: ni podemos seguir reproduciéndonos como conejos, ni imponer la maternidad a las mujeres, ni negarles a los niños sin techo y sustento la posibilidad de ser adoptados por dos hombres o dos mujeres que han decidido fundar un hogar juntos y desean darles a estos chicos casa, educación, y la posibilidad de construirse un futuro digno.
Seguramente ni los obispos ni los políticos de derecha se suben cotidianamente al metro. Me inquieta pensar que no ignoran lo ocurre en esos vagones, pero les mueve más el inconfesable odio  hacia quienes tienen una orientación sexual diferente que el amor a los niños que proclaman. El cardenal Iñiguez preguntó a sus fieles en una misa, “¿quién de ustedes querría ser adoptado por un par de maricones o de lesbianas?” Si ser adoptados les permitirá librarse de la pobreza y cambiar su destino, muchos de esos niños querrían. ¿Que los van a discriminar? Bueno, posiblemente: los mismos que siguiendo las enseñanzas de sus líderes religiosos llaman “maricones” a sus prójimos mientras comentan la Biblia.

Moisés Hernández

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